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Petrus Romanus. Delenda est Sinistra (II)


Me extraña no haber oído ni visto aún a ningún freak de la cosa paranormal hablar de San Malaquías. En los tiempos en que seguíamos con fervor a Jiménez del Oso y al Padre Pilón (auténticos eruditos que sí daban su opinión sobre estas cuestiones de lo raro, y no periodistas de carrera apresurada con invitados de escaleras de vecinos, excepciones aparte) había dos nombres de lo profético: Nostradamus y Malaquías. La única fuente que tengo de una mención actual sobre el santo profeta es ¡¡¡noticias.yahoo.es!!!

Para los del plan nuevo en cuestión de Milenios, unas profecías aparecidas hacia 1595-1600, atribuidas al santo irlandés (que murió en 1148) indicaban una lista de papas hasta el fin de los tiempos. Constan de una lista de nombres en clave y unos cuantos versos explicativos. Por ejemplo, Pablo VI es catalogado en esa lista como Flos Florum (flor de flores) y se supone que “Malaquías” dio en la diana porque en su escudo el papa de ese nombre tenía tres flores de lis. Juan Pablo II, que nació bajo un eclipse, es llamado De Labore Solis, etcétera. A toro pasado, la exactitud de esas profecías era escalofriante ya que eran, como todas, lo suficientemente amplias como para que encajasen casi con cualquier acontecimiento. Como parece que hay pruebas de que Malaquías no escribió esos augurios, sino que lo hizo alguien varios siglos después, la idoneidad de esas “profecías” es tanto más exacta cuanto más se viaja hacia antes de 1600. Ya lo decían en “El Golpe” (The Sting): la mejor manera de ganar en las apuestas es conociendo el resultado de antemano.
El caso es que en esa lista ya se han acabado los papas. Nos queda uno, el último, etiquetado por “Malaquías” como Petrus Romanus, Pedro de Roma. Lo que está muy bien pensado, porque así se cerraría un círculo en el que el primero y el último papa serían adecuadamente tocayos. Evidentemente no adoptará el nombre de Pedro, ya que apóstol solo hubo un y a él lo encontramos en la calle, pero, por dar un ejemplo, el papabilissimo cardenal Sodano (que perdió inopinadamente el cónclave que ganó Ratzinger) tiene en su escudo de armas una barca. Incluso los más impíos no negarán que la relación entre Pedro y la barca, más su sobrenombre de “pescador de hombres”, etc. no darían la razón al profeta, si sale elegido el casi todopoderoso Sodano. Los versos que el santo irlandés o su impostor adjudica al último pontífice no son muy alentadores: “pastoreará a su grey entre grandes tribulaciones y finalmente la ciudad de las siete colinas será destruida y el terrible juez vendrá a juzgar a su pueblo». (Nota para el escalofrío: hoy domingo 17 de febrero ha habido un terremoto en Roma de 4,8 grados en la escala de Richter. El primero de esa intensidad en mucho tiempo. Qui habet aures audiendi audeat).

Si es que lo es, el último papa tendrá que sufrir lo que ocurre con todas las organizaciones tarde o temprano: sólo les quedan los puros, los muy institucionalizados, los ciegos y los acríticos. Cuanto más en posesión de la verdad se cree una institución, más se va apartando de la realidad y, por tanto, menos respuestas puede ofrecer al mundo del que se ha apartado. El éxito de la Iglesia católica, que provino de ignorar en lo posible las enseñanzas de su fundador y mimetizarse con el poder absoluto de un imperio basándose en la teología construida por un “discípulo” que no conoció a su “maestro” personalmente y que se pasó del bando de los perseguidores al de los conversos fanáticos, toca a su fin no porque haya pasado de potencia liberadora a institución dictatorial y agobiante: la Iglesia Católica se muere porque definitivamente y tal como previeron los convocantes, ponentes y fieles que conocieron y trataron de vivir el Concilio Vaticano II, ya no es de este mundo. Sus respuestas no tienen nada que ver con la vida cotidiana de las personas. Sobre todo en lo que tiene que ver con la igualdad de la mujer, los derechos civiles, la capacidad individual de decisión, la organización igualitaria, democrática y horizontal, la toma de decisiones debatida y acordada… La Iglesia actual, como institución, canta tanto como la URSS de Stalin. Sólo que en la Iglesia las cosas van tan despacio y han sido tan hábiles a la hora de mantener el poder y de eliminar adversarios, que les ha durado el chollo mucho más que a los que prostituyeron la Revolución de los Soviets.

Muchos católicos de base se sienten alejados de una jerarquía que ha tapado o intentado tapar corrupciones de todo tipo, del mundo, del demonio y de la carne. Se sienten ajenos a una normativa alejada de las evoluciones culturales, sociales, relacionales de la vida cotidiana actual. Católicos gays, de izquierda, divorciados, con hijos o familiares no bautizados o no confirmados, que hacen el amor por placer, que quizá hayan tenido que arrostrar el drama del aborto o las desgajaduras del divorcio, que trabajan incluso bajo las enseñanzas evangélicas sin creer del todo en un más allá que hará justicia a los oprimidos cuando ya no importa y seamos todos calvos… Todos ellos se diferencian a sí mismos como Iglesia frente a una jerarquía sorda, opresora, concentrada en su propia supervivencia como tal. Quizá el buen Malaquías o quien hablase en su nombre pensó que el último papa echaría sin remedio el cierre ante la ruptura entre el mundo del siglo y la maravillosa levedad de una institución que, como mucho, cree en sí misma.

A mí todo esto me recuerda a mis amigos y familiares que militan en y votan al PSOE o a IU. Se sienten, igual que los católicos de base, alejados de la corrección política e institucional de la jerarquía socialista o de las viejas consignas comunistas. Se sienten profundamente defraudados por los actos de corrupción (también de toda clase) cuando no de traición, cometidos en aras del maldito “sentido de Estado”. Siguen creyendo que pertenecen a un movimiento que puede sostenerse a pesar de las directrices y de las personas que han anquilosado y paralizado un proyecto liberador. Como Pedro Romano, puede que Lara y Rubalcaba sean los que tengan que pastorear a su grey en medio de grandes tribulaciones y los que vean cómo el juez terrible, en este caso la Historia, vendrá a juzgar a los suyos mientras la ciudad se derrumba.

Es quizá la hora de abandonarlos a su suerte. Y que caigan las siete colinas.

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