El cangrejo educativo. Empieza el curso


Vaya por delante que provengo de familia militar por una parte y, por otra, de maestras y maestros. Maestra fue mi madre, muchas de sus tías, tíos y primas y primos, maestra es mi hermana y dos de mis cuñados. Maestros son amigos y amigas y algunos enemigos también. Yo mismo fui profesor asociado en dos o tres universidades. En la Complutense, durante once años. He realizado investigaciones de base en bastantes temas relacionados con la educación, la formación para el empleo, el abandono, el fracaso escolar, la formación de formadores, la evaluación y el impacto de leyes en las aulas… Además, como padre, he estado del otro lado del aula, de la institución.

Quiero decir con esto que todo lo que el amable lector, la amable lectora, va a leer a continuación está escrito desde el conocimiento y el cariño. Pero también desde un conocimiento profundo y un cariño condicional, propio de quien conoce el percal desde dentro y desde fuera. También está escrito después de muchos borradores, de muchos textos abandonados, de mucha piedad mal entendida.

Todo esto viene al caso de un par de noticias recientes: la de que la Comunidad de Madrid ha multiplicado por 10 las subvenciones a centros privados que discriminan por sexo y una carta chulesca, indigna e indignante de la que algunos docentes están presumiendo y que muchos están divulgando por la red de redes y que reproduzco aquí (no voy a comentar el lamentable uso de las comas del sujeto que ha perpetrado este texto):

“Estimadas familias:

De cara a este curso que estamos a punto de comenzar me gustaría aclarar algo que, al parecer, no quedó bien explicado el año pasado.

Ni Whatsapp es el canal de comunicación oficial con las familias, ni el pasillo de congelados de Mercadona mi lugar favorito para reunirme con ustedes.

Por más que les pueda parecer increíble, yo tengo una vida fuera del colegio que deseo compaginar con mi vida profesional. Por ello, les ruego que concierten una cita a través de la plataforma oficial ofrecida para ello, que, permítanme que les recuerde, no da calambre.

Aprovecho también para recordarles que mi asignatura está valorada del 0 al 10, por lo que se aprueba con, al menos, la mitad, o sea, con un 5. Asimismo, me tomo la libertad de informarles de que toda nota comprendida entre el 0 y el 4,99 es, ¡oh, sorpresa!,  inferior a 5, por lo que supone un suspenso.

Sin otro particular, reciban un afectuoso saludo.

Fdo: (sic) el capullo de inglés”

Aquí tenemos dos polos del profundo deterioro del sistema de educación pública. De un lado, un partido nacionalcatólico que subvenciona ilegalmente a centros donde, desde las mismas condiciones de acceso se viola la Constitución y, por tanto, la legalidad vigente. Como a los de izquierda no nos da por estudiar Derecho seguramente no habrá nadie que se querelle contra este desafuero político, legal y educativo. Los recortes son los más severos de Europa y España ya es el tercer país no solo en pobreza infantil, sino –por la cola—en inversión en educación, investigación y desarrollo.

Venimos, además, de una sucesión ininterrumpida de leyes orgánicas para la educación que ha significado un deterioro de visión política, estratégica y de futuro tan lamentable que muchos lloran por recuperar el espíritu y la letra de la Reforma del 70. Hasta desde el punto de vista anecdótico es percepción popular (acientífica pero creo que precisa) que un librito de texto actual es el resumen del subrayado de la síntesis de los libros de texto de décadas anteriores. El pecado de la mal llamada y peor usada “facilitación”.

Venimos también de una tradición –secular ya a estas alturas—de formación de maestras y maestros, mal llamados docentes, gracias a una carrera corta y de muy baja exigencia o de personas licenciadas que con un simulacro de curso de adaptación, pueden perpetrar clases magistrales con licencia para arruinar vidas en un aula.

El llamado “sistema”, por tanto, crea y reproduce las condiciones objetivas para que nuestra educación sea un desastre, nuestras escuelas e institutos una burla y nuestro futuro como nación, un funeral. Muchas y muchos de los docentes entrevistados a lo largo de los años recuerdan aquello de que si un viajero en el tiempo del siglo XVI viera un hospital moderno, se santiguaría y atribuiría todo lo que ve a una magia divina o diabólica, mientras que se sentiría perfectamente en casa en un aula.

Pero ¿qué tenemos al otro lado? Una tipología de trabajadores en los centros educativos que, a grandes rasgos, consiste en:

  • La víctima perpetua: los padres, los alumnos y el sistema son una malla de conspiración para acabar con su vida y con su salud. Los padres exigen, los alumnos no hacen ni caso, el sistema es sordo. No tiene arreglo. No tiene ni pajolera idea de cómo acabar con la situación, fundamentalmente porque los cursos de formación de formadores que podrían darle herramientas para lidiar con los problemas que le acucian son “una pesadez” o “un aburrimiento” o “no se corresponden con mi realidad profesional” y además son en fin de semana o fuera de las horas lectivas. Ni siquiera se pagan.

 

  • El impermeable: su aula es su castillo, su torre del homenaje, su bunker del Reichstag. Así ha sido antes que él y será cuando él o ella ya no esté. Innovaciones educativas, propuestas de aula abierta, aprendizaje de acompañamiento, reformas didácticas, estructurales, administrativas… todo se estrella y desaparece en la puerta de ese aula estanca, blindada, donde alumnos en silencio copian entre bostezos y siestas unos apuntes al dictado, vigentes ya cuando Cisneros estrenó escuela.

 

 

  • El vago de siete suelas: como en muchos ámbitos modernos, son personas que “están agobiadas de trabajo”, que “no les da el tiempo para tanto como tienen que hacer”, cuya jornada es de 25 horas lectivas de media (18 en Primaria en Cantabria, por ejemplo) y cuyos días festivos pueden alcanzar, en años de ingeniería pontificia favorable, los 211 días no docentes. Y digo no docentes porque esta persona agotada debería trabajar en julio y muchas de las horas no lectivas que pasa en el centro. Pero no lo hace. Es muy probable que, por el contrario, esté en la sección de congelados de Mercadona. Este tipo de docente puede ser la misma persona que el impermeable. Y firme defensor de la escuela pública… en lo que respecta a reivindicaciones laborales.

 

  • El que no se ha enterado, el rebotado: este es quizá el tipo más extendido. Es el que no se enteró de nada cuando eligió carrera. El que resume su quehacer en el colegio o el instituto en la frase, aplaudida tantas veces en las redes: “aquí sus hijos vienen a estudiar, educado se viene de casa”. Bien, permítanme que lo diga de manera suave: si esa es su creencia sobre su trabajo en educación, deje el trabajo. Váyase a casa. Deje de joder la vida a los críos y a las crías y a sus familias, deje de ser cómplice del sistema y encuentre una manera de reciclarse en algo que le sea de provecho. Toda la convivencia con las personas es mucho más que una simple y pura interacción docente. Desde el micro gesto hasta la metodología, desde la manera de andar por los pasillos hasta el coche que se conduce, todo es educación para el alumnado, todo puede ser aprendizaje para el propio docente. Si un docente no quiere ser educador no puede ser docente por definición, porque las dos palabras son sinónimas. Es más: como profesionales estas personas deberían tener recursos que los padres y las madres no tienen –ni tienen por qué tener—para enfrentarse a los problemas de familias, chavales y centro. La tarea educativa es de todos, docentes, familias, centros, administraciones… En fin, ese meme famoso de que se necesita toda una tribu para educar a una criatura que estos cínicos cuelgan luego en sus historias de Facebook. A la escuela no se va a aprender datos, se va precisamente a educarse. Si un maestro republicano escuchase a estos majaderos se le llevarían los demonios. Y no solo viendo lo que cobran por ser autómatas sin corazón que además, ojo, odian su trabajo. Por cierto: si a la escuela hay que ir educado de casa, ¿por qué los deberes? ¿No deberían venir a casa estudiados de la escuela?

 

  • Finalmente, el educador que se lo creyó: esta pobre persona sale de la Facultad, de la Escuela o del Curso de Capacitación consciente de la responsabilidad que asumió cuando decidió ser educador o educadora. Sabe que el futuro la está mirando y llega al centro con ideas, con trabajo. Habla con los padres cuando los padres pueden, trabaja las horas de tutoría donde le pilla, acompaña el aprendizaje con metodologías nuevas, experimenta, discute, aporta… ante la indiferencia o la agresividad de compañeras y compañeros a quienes –y esto lo hemos oído de profesionales en primera persona—estas personas vienen a mover el asiento, a fastidiar sus rutinas, a poner en cuestión. Estas personas se ven ninguneadas cuando no acosadas o directamente marginadas porque quieren trabajar, porque quieren reunir a los equipos, a las jefaturas de estudios, a orientadores, porque van y convoca a cursos de reciclaje, de formación continua, de nuevas tecnologías… porque quieren hacer del centro un ecosistema educativo y no un aparcamiento de menores con lecturas. Poco a poco irán minando su moral, sus ganas de trabajar hasta que unos se cansan, otros adquieren el color ceniciento del maestro funcionario y otros se van a otro trabajo, asqueados, asqueadas de tanto darse contra una pared que empieza desde la misma aula contigua.

 

El respeto por los trabajadores y trabajadoras de la enseñanza ha sido víctima de un sistema de locos como he tratado de explicar al principio. Pero también ha sido dilapidado por los tipejos que acabo de describir. El respeto no es un derecho. Las personas que trabajan en los centros educativos solo tendrán el respeto de los padres y de los alumnos cuando sean educadores. Y eso lo sabemos todos y todas las que hemos pasado por un aula. Alguien cercano, volcado y que trabaja nunca va a perder el respeto de alumnos ni padres aunque es muy probable que tenga problemas con el de sus compañeros.  El respeto se merece, se conquista, se ejerce, tiene que ser mutuo. Tiene que huir de esas actitudes chulescas e intolerables como la de ese “capullo de inglés” que ni siquiera escribe bien en castellano. Porque: ¿cómo explica ese cretino la centésima que va del 4,99 al 5 en una asignatura como Inglés? ¿Así se gana el respeto de unos padres que están asustados, que no pueden conciliar sus horarios laborales con los de los centros, que no entienden por qué sus hijos salen de Primaria con menos cultura general que ellos, que no comprenden por qué el peso de las tareas en casa es mayor que el que se realiza en el aula, haciendo que muchos padres se agobien frente al nivel o el tiempo que no tienen ante la demanda de sus hijos?

Salvar la enseñanza pública, arrebatársela a los nacional-católicos, regenerar el suelo de nuestro futuro investigador, científico y de conocimiento no solo depende de nuestra contestación al sistema, que debe ser rotunda y, sobre todo, mucho más ambiciosa que la pura reivindicación de derechos laborales. Salvar la enseñanza pública significa que los docentes empiecen a asumir que son educadores, que son acompañantes, que su enemigo no son ni los padres ni los chavales, asustados y sin futuro.

La Escuela Pública no es la educación estatal, ni los centros, ni los requisitos académicos o administrativos. La Escuela Pública es la comunidad haciendo su trabajo educativo, de concienciación, de creación de personas críticas, de siembra de actitudes y conocimientos de convivencia, educación para el conflicto y profundización en los saberes.

La guerra siempre es contra los mismos. No les demos más armamento.

P.S.: las nuevas tecnologías en el aula no son introducir el Power Point o la pizarra electrónica para hacer lo mismo y aburrir igual que cuando se usaban los encerados o los retroproyectores. Pero esa es otra historia.

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