Archivos para 23 febrero 2012

El Caballero, la Mujer y el Cura (Popurri semioclasta)


1. El otro día, en la radio, el President de la Generalitat de Valencia, cuyo apellido es Fabra –lo digo porque este post va de la importancia de las palabras—explicaba ante el siempre solícito e inofensivo Francino el secreto último de las medidas del Gobierno estatal. El discurso es más o menos el siguiente: “Estamos pidiendo sacrificios a las amas de casa, a los trabajadores [ojito al paradigma de género], a todos los españoles… Pues es normal que los españoles nos pidan también a los responsables públicos y a las Administraciones que compartamos ese sacrificio y también nosotros nos apretemos el cinturón” La idiota o el idiota que lo escucha –incluido ese portero siempre en salida falsa que es Francino, a quien Arenas, a la cara, llamó la semana pasada “Don Carlos”—se traga varias cosas.

La primera, que las Administraciones Públicas y sus responsables tienen y gastan un dinero propio, que es suyo y que pueden administrar a su antojo. En este caso, con el antojo de gastar en misas lo que ahorran en servicios para todos, pongo por caso.

La segunda, la ocultación de que el hecho de que las Administraciones se aprieten el cinturón significa que el ciudadano o la ciudadana se lo tienen que apretar dos veces. Porque el dinero y las prestaciones también son suyas, no del PP ni del gobierno de turno.

Pero cuela. Se llama poder del discurso y ese día ni Francino ni los de la izquierda española fueron a clase.

2. En la nueva publicidad institucional de Bankia hay cuatro mujeres. La primera, una enfermera que ayuda a una mujer no vista a parir un niño. La segunda, una estudiante que entrega a su profesor, un hombre, un trabajo. La tercera, la pareja del dueño de un bar (puede que ella también sea socia); mientras él hace papeles, ella limpia y ordena las mesas. La cuarta, una cantante de ópera o actriz.

Todo lo demás son hombres en posición de liderazgo, de camaradería viril (tan cara a las esencias de nuestro nacional-liberalismo), de petición de cuentas. Enfermera, actriz, alumna, limpiadora, madre.

Mucho más sutil que la mujer que grita ridículamente “¡Vip Expreeeees!” en un gesto triunfante contra las manchas.

Pero cuela. Se llama poder del discurso y lo perfeccionaron Göbbels y su secretario por aquél entonces, Himmler.

3. Cuando un Tribunal Superior bendice un colegio concertado próximo a la Obra en el que se segrega a menores por cuestión de sexo está bendiciendo que paguemos con dinero público la violación de la Constitución, para la que, hasta donde he leído, todos somos iguales.

Cuando la jerarquía católica se opone a la despenalización del aborto, lo que pretende, aunque no lo diga, es que, además de pecado, lo que prescribe sea delito. Lo que implica que mujeres que aborten y profesionales de la medicina que coadyuven vayan a la cárcel y paguen por ese delito.

Cuando la jerarquía católica se manifiesta contra la educación para la ciudadanía, la promoción de la prevención de las ETS mediante el uso de anticonceptivos y la venta sin receta de la llamada “píldora del día después”, lo cifra todo en torno a un “ataque laicista”. Las víctimas, las personas que quieren que su creencia sea ley. Los opresores, quienes queremos que las personas elijan en libertad sus opciones vitales, respetando la creencia de cada cual.

Eso es lo que implica tanta manifestación con sotana, que ya no veremos ahora que maman a los pechos de nuestro ínclito exalcalde madrileño.

Pero cuela. Porque el discurso se arma desde una pretendida ciencia que reflexiona sobre un objeto que ella misma inventa, la teología. Y llevan dos milenios armándolo.

La economía funciona ahora como la teología, porque la derecha no sabe armar discurso sin montar mandamientos, verdades de fe y cleros. Así que ojito, que las teologías suelen traer consigo dogmas, evangelizaciones y hogueras.

Rezad lo que sepáis. Notablemente, eso es lo que dice el tema musical de fondo en el anuncio de Bankia que he mencionado. Lo que, viniendo de una entidad financiera, da un poco de escalofrío paranormal, ¿no?

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Holocaustos


Estoy leyendo una enorme (en todos los sentidos: casi mil páginas) biografía de Heinrich Himmler elaborada por Peter Longerich, editada por RBA, 2009, y bastante mal traducida. Transcribo un parrafito curioso, acerca del diario que la mujer de la bestia nazi escribió sobre un viaje que llevó al matrimonio del Reichführer-SS y su señora a Italia y Libia:
 “El 4 de diciembre [de 1937, Himmler y su mujer, Margarete] volaron a Libia para ver, al día siguiente, los hallazgos arqueológicos de Septis Magna, una ciudad “construida por los romanos con inmensa grandeza, riqueza y excelsitud”, según Margarete se admiraba. “No paro de pensar en una cosa: ¿Por qué los pueblos actuales son tan pobres?”, se pregunta, y ofrece una respuesta: “¡¿Quizá porque ya no hay esclavos?!””

Sigo. En un documental medio francés titulado “Apocalipsis”, que consta de varios episodios, se ofrecían unas imágenes terribles en los que unos prisioneros –probablemente judíos—de la zona llamada por entonces el Gobierno General eran urgidos por sus captores alemanes a bajar de los camiones donde fueron transportados, con una pala en la mano para cavar sus propias fosas antes de la ejecución. En un momento de la espantosa filmación, uno de ellos mira a cámara, aterrado, inerme, mientras sigue corriendo hacia su destino. Ninguno de esos hombres, que corría hacia su final, utilizó su pala como arma contra sus captores. Ninguno de ellos aceleró el fin luchando, seguramente sin armas mentales ni anímicas que les permitieran siquiera pensar en lo que estaba ocurriendo. Quizá se hallaban en una especie de narcosis, de negación de lo que estaba ocurriendo, desprendidos de sí mismos y del gobierno de su yo.

Pero esa perplejidad por ver cómo un pelotón de soldados podía controlar a un montón de prisioneros que nada tenían ya que perder no sólo la tuvimos mi mujer y yo. Laurence Reese, en su imprescindible y desasosegante Auschwitz (Crítica, 2005) ya señalaba que agentes del Servicio Secreto israelí, soldados judíos integrados en unidades armadas aliadas, e incluso supervivientes de los campos de exterminio que escaparon o asesinaron a alguno de sus captores, no podían explicarse la práctica inexistencia de revueltas o protestas entre quienes eran internados en los campos o conducidos a la cima de fosas comunes para esperar su ejecución.

Es evidente que nadie tiene derecho a juzgar esa actitud pasiva de quienes fueron exterminados en masa: nadie puede valorar el estado anímico, emocional, físico, de quienes ya habían sido torturados, hacinados en trenes, condenados al hambre e incluso a las luchas despiadadas por la supervivencia en los guetos atestados de las ciudades ocupadas por los nazis.

Pero quizá hay materia para juzgar, por un lado, a la enorme cantidad de personas que piensan –es un decir—como la adorable matrona de clase media venida a más que era Margarete Himmler. O a nosotros mismos. ¿Por qué no a nosotros mismos?
Estamos siendo sacrificados en el altar de la avaricia con nuestra pala en la mano, mientras seguimos poniendo dinero para salvar a quienes han demostrado que el sistema no funciona, en un círculo vicioso de especulación y codicia que se está llevando físicamente por delante a gente. A personas.

Estamos asistiendo, con la pala en la mano, a la violación de cualquier regla aritmética y de sentido común –no ya económica—cuando se nos dice que para luchar contra el paro ha de ser más fácil y barato fabricar más paro.

Estamos asistiendo al baile de la justicia –y no daré detalles porque no está la cosa para darlos: sé en qué país vivo y quién manda aquí—con nuestra pala en la mano. Viendo cómo unos salen indemnes, otros entran, y una portavoz del CGPJ declara, en público, sin rubor, seguramente sacada de contexto y por culpa de la prensa, que “no todos los imputados son iguales” en referencia a un imputado relacionado con la Casa Real.

Ya tardaban, pero vamos a ver, con nuestra pala en la mano, cómo las mujeres que aborten y los médicos que las asistan volverán a la cárcel, doblando el drama de su decisión, doblando su exposición a la tortura pública, mientras seguimos pagando entre todos visitas –que dejan sus comisiones a quienes saben dónde doblar la rodilla y qué abogados contratar a la salida de misa—de un líder religioso que cree tanto en lo que dice sobre la otra vida que viaja en coche blindado.

Estamos viendo cómo hay colegios sin calefacción, sin medios, sin profesores preparados ni motivados, con nuestra pala en la mano. Ya han detenido a unos estudiantes de un Instituto valenciano por denunciar estas cosas. A otros se les ha castigado por hacer fotos de los alumnos ateridos con mantas y publicarlas en las redes sociales. Y quien dice educación dice sanidad, servicios sociales, ONG,…

Inermes, vemos desfilar soldados a guerras energéticas vendidas como guerras de democracia o religión –cosas que no han pegado nunca bien entre sí—y, pala en mano, nos preocupa la subida de la gasolina, mientras millares, cientos de millares de personas, mueren para que nosotros podamos derrochar luz y gas, especialmente en Navidad, claro está.
Con la pala en la mano vemos a una tertuliana enjoyada decir que “sindicatos y funcionarios defienden sus privilegios mientras los demás trabajamos (sic!!!) de sol a sol”. O a Registradores de la propiedad y personas con decenas de sueldos y cargos decir que “todos tenemos que hacer un esfuerzo”.

Pala en mano, estallamos de ira ante un penalti no pitado, ante una declaración de un entrenador, ante la injusticia de un fuera de juego, mientras miramos sin pestañear lo que ocurre todos los días aquí, a nuestro lado, a personas como nosotros. A veces a nosotros mismos.

Podría poner muchos más ejemplos. Pero de momento, sigamos viviendo en la ficción de que somos Margarete Himmler, que tanta admiración pequeñoburguesa sentía hacia las culturas ricas construidas sobre la esclavitud creyéndose ama, y no pensemos que somos, en realidad, aquellos seres humanos a los que su marido y sus camaradas y esbirros enviaban sin pestañear a la muerte. Pala en mano. Hasta que nos toque.

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Luna Nueva


Los medios de comunicación periodística –si es que estas palabras no esconden algún velado oxímoron—han dejado de ser sujetos de investigación, divulgación y análisis de lo que ocurre para convertirse en un corrillo de gente que habla de lo que otros publican. Especialmente en España cuesta ver a un así llamado profesional de la información, que no trabaje en sucesos, acudir a las fuentes, investigar datos, contrastar declaraciones… Es decir, hacer su trabajo.
Debe ser bastante más cómodo que Francino comente lo que dice El País que ha dicho Rubalcaba. O que Pedro J. decida lo que Rajoy quiso decir en una rueda de prensa sin preguntas, que viene a ser como un partido de fútbol sin balón. Luego reúnen a cinco tertulianos –que ahora que son ministrables se emplearán más a fondo—y sanseacabó.
Estas y otras razones deben estar en el fundamento de lo que ha ocurrido con la información sobre el PSOE y su XXXVIII Congreso (armado a base de congresillos), en el que se ha santificado al superviviente más recalcitrante de los dos grandes fracasos históricos del así llamado PSOE.
En este caso, toda la prensa y, en especial, la más afecta han vendido un pulso por la toma del poder interno entre dos siameses del último gobierno de la derecha vestida de ex socialdemocracia. Y lo han vendido como una carrera por el liderazgo sin tener en cuenta lo que a mí me parece que estaba ocurriendo: que todo el mundo ha estado pendiente de saber quién era el capitán de un barco embarrancado.
Es como si nada hubiera pasado. Como si Zapatero no hubiera dedicado sus últimos tres años y pico de así llamado gobierno a desmontar, hacer astillas y desintegrar cuanto de conquistas sociales, ideología y cosmovisión de izquierda quedaba en este país en el que se recorta a la ciencia para dárselo a los toros.
Zapatero/Rubalcaba (pobre Zapatero/Chacón: cuando Tomás Gómez anunció su apoyo ya debió saber que todo había terminado para ella) y su PSOE tendrían que ser conscientes de que habrán de pasar a la historia como los enterradores finales de la izquierda española. Entiéndase: como los enterradores finales y los “vaciadores” de la izquierda española.
Porque lo que han hecho estos chicos de las generaciones postfelipistas es vaciar de contenido el discurso de la defensa de lo público; vaciar de contenido la apuesta por el estado laico; vaciar de contenido los valores de la solidaridad y la equidad como fundamento de la defensa de la ciudadanía frente a la avaricia sin fin de la lógica del beneficio eterno; vaciar de contenido significa vaciar de discurso y, por lo tanto, la rendición social, cultural, comunicativa, hablada, frente a la ola de la avaricia que nos ha arrastrado en el tsunami económico en el que todavía estamos ahogándonos.
Esa vaciedad, esa ausencia de discurso, ha dejado inermes a los votantes de izquierda que no confían aún en la alternativa medioambiental y eco-social de Equo y que aún confían menos en la izquierda rancia y decimonónica que representa IU. Pero, más importante aún, deja a la izquierda como si tuviera que elaborar un “nuevo discurso”, lo que es una falacia intolerable. Lo que la izquierda debe tener son los arrestos para defender su discurso de toda la vida: equidad, respeto por el planeta y quienes lo habitan, solidaridad y justicia en igualdad. Es decir: tener los arrestos para ejercer el poder desde la izquierda, no convirtiéndose en la cara compasiva del capitalismo, en palabras del gabinete de G.W. Bush. Porque enfrente hay un PP que sabe ejercer el poder. Que ocupa los medios de comunicación, que deroga leyes de conquista social e igualdad, que coloca estratégicamente a sus cuadros en todas las esferas de influencia, que es capaz de desmontar en un mes lo que se ha construido en treinta años, que desvirtúa la historia, que estrangula a los que menos tienen, cuyo único objetivo es perpetuarse en un poder, precisamente, que considera naturalmente suyo.
Que el PSOE y la prensa no analicen quién es quién y dónde está cada cual es un problema añadido. Que se hable de que no hay ideologías sino técnicas en la solución a la crisis, que se subvierta la democracia y su memoria, que se acabe con los derechos más esenciales en nombre del beceuro de oro y que todo eso se transmita una y otra vez de manera acrítica en los medios hasta convertirse en la verdad de la desaparición de la izquierda es nuestro problema ahora mismo. No la elección de líderes, ni la reconstrucción de un aparato interno. Gato negro o gato blanco… ¿quién defenderá a los ratones?

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